Entre 2 y 4 millones de personas que huyeron de sus países por guerras y persecuciones se refugiaron en Egipto, en su mayoría provenientes de Siria, Sudán y Yemen. En Egipto tan solo 25% de las mujeres tienen acceso al mercado laboral, según el Foro de Investigación Económica; sin embargo, todas las mujeres refugiadas suelen tener trabajo, además de ganar más dinero que sus esposos e incluso algunas son el único soporte de sus familias tras haber sido abandonadas.
Si bien las leyes egipcias les niegan cualquier tipo de permiso de trabajo a los refugiados, independientemente de su género, las mujeres se integran más fácilmente a la economía informal, que representa 40% del PIB de este país africano, trabajando como niñeras, ama de llaves o ayuda doméstica, ganando entre 3000 y 5000 libras egipcias (167-279 USD). También, las mujeres suelen trabajar en talleres de costura como el de Nil Furat, dirigido por mujeres apoyadas por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, lo que les proporciona, además de una fuente para sobrevivir, una competencia profesional, reforzándoles su autoestima e independencia.
Baghita, una refugiada sudanesa de 29 años quien huyó de su país en 2011, gana 2000 libras egipcias al mes trabajando 6 días a la semana en un centro social para refugiados, el doble que su esposo, quien gana a lo mucho 1000 libras egipcias trabajando como chofer privado. “En Sudán, es mal visto que las mujeres trabajen. Los hombres piensan que solo tienen que sentarse en casa y esperar a que su esposa haga todo, pero creo que somos una familia en la que tenemos que ayudarnos unos a otros”, dice Mohammed, el esposo. Por desgracia, no todos los hombres están dispuestos a cambiar roles y encargarse de las tareas domésticas y cuidado de los hijos, pues algunos terminan padeciendo cuadros graves de depresión y de actitudes violentas hacia sus familias, por no poder subvenir a las necesidades de la familia y por no poder más “controlar” a su mujer.
No obstante, para estas valientes mujeres ni siquiera surge la cuestión del consentimiento del marido para ellas trabajar, ya que es un asunto de supervivencia. De hecho, de las 30 mil mujeres refugiadas que asisten a los centros de la ONG Tadamon («Solidaridad» en árabe), una de las más grandes que apoyan a los refugiados en El Cairo, casi el 70% de las mujeres son madres solteras con hijos.
Para Ilham Hassan, una refugiada siria de 51 años, tejer era un pasatiempo antes de verse en la necesidad de huir de su país. Hoy, dirige un pequeño taller de ropa, en las instalaciones de la Fundación Fard y está lanzando su propia marca de artesanías de peluches y muñecas tejidas: “Ilham-Mirugumi”, a través de las redes sociales. “Cuando regresemos a casa, todas las mujeres habrán adquirido habilidades profesionales que pueden ser útiles para la reconstrucción del país”, afirma Ilham.
“Ante la necesidad, algunas tradiciones se pierden en el camino. En casa, en Homs, hombres y mujeres no nos mezclábamos, excepto entre miembros de la familia. No podíamos invitar a un colega masculino. Aquí, somos más libres porque no tenemos parientes y debemos encontrar amigos”, dice Rasha, una refugiada siria, quien es estudiante y educadora a tiempo parcial en un centro de recreación.