Ellas no quieren ser secuestradas y forzadas a casarse con los integrantes de las tropas del Estado Isla?mico como muchas otras, asi? que cientos de mujeres se unen a las secciones kurdas de su pai?s y comienzan a resistirse contra los hombres de Allah y su califato
MÁS TEMIDAS QUE LOS HOMBRES
Las 15 mujeres guerreras presentes ese di?a en el frente concuerdan. Todas dicen que pelean para preservar la excepcio?n kurda; el ?u?ltimo lugar de libertad? en una regio?n al borde del colapso frente al islamismo ?cuyo terreno corre desde los suburbios de Damasco hasta las afueras de Bagdad. En la lucha para limitar la llamada expansio?n del Califato, las peshmergas esta?n convencidas de que ofrecen bastante valor agregado.
?Los islamistas nos tienen ma?s miedo a nosotras que a nuestros hermanos. Creen que si los mata una mujer, un ser ?impuro?, las puertas del cielo no se abrira?n para ellos?, comenta entre risas Ranguin.
Au?n asi?, las fuerzas kurdas titubean para penetrar en la ciudad de Jalawla,localizada a menos de dos kilo?metros del frente. Algunas familias au?n viven ahi?, atrapadas entre el fuego cruzado. ?Los civiles han sufrido lo suficiente?, comenta con angustia la coronel Nahida Ahmed Rashid, a cargo del contingente femenino, sen?alando a una tumba comunal donde yacen 27 cuerpos decapitados apilados uno a otro, incluyendo el cuerpo de un nin?o de dos an?os.
Seri?a infundado sen?alar que se trata de sentimentalismo, o asumir que el hecho de que es una mujer y madre podri?a influenciar sobre su autoridad en alguna manera. La coronel es antes que nada un soldado: ?No me preocupan las consecuencias de la guerra ma?s que cualquier hombre. Mis tropas esta?n aqui? por su libre derecho. Todos sabemos que no hay garanti?as de que saldremos de esta con vida?. En un mes, cinco de sus combatientes han muerto.
Dos di?as antes, Nigar Hosseini, una estudiante de 19 an?os enlistada como voluntaria en el Partido Libertario, una rama irani? de la guerrilla kurda, exploto? en pedazos debido a un misil. Justo un di?a antes, habi?a colgado una fotografi?a en Facebook, sonriente y muy orgullosa en su uniforme.
?Una man?ana de agosto, vio en la televisio?n un programa sobre mujeres que habi?an sido vendidas como esclavas a los islamistas. Se paro? sin decir una palabra, y una semana despue?s se encontraba en el frente?, cuenta Mohamed, su padre, con voz sobria, tratando de mantener la cara de frente a los oficiales del partido, quienes lo acompan?aron a la tumba de su hija. Ocultando su dolor detra?s de una ma?scara de patriotismo, el padre sostiene que esta? muy orgulloso de su hija, quien, afirma, murio? de pie, defendiendo a su pai?s y a sus hermanas.
Se dice que alrededor de un centenar de mujeres kurdas, paralizadas y horrorizadas ante el destino que les deparaba a sus pares, se han unido a distintas divisiones kurdas apostadas en Iraq, y se encuentran peleando una guerra armada en contra de Daech.
?Hemos sufrido demasiado bajo el re?gimen de Saddam Hussein, pero nada se compara con lo que les espera a las mujeres si el Estado Isla?mico toma el control de la regio?n. Descubrir la tragedia de Sinjar nos sacudio? a muchos y nos hizo entrar en accio?n?, explica Mahabad Karadighi, li?der de la Unio?n de Mujeres del Kurdista?n. En agosto 3, los hombres de Daech tomaron la ciudad en el noroeste de Iraq, forzando al e?xodo a ma?s de 200 mil habitantes. Despue?s de un largo y espantoso camino, muchos de ellos terminaron en Dohouk, al norte del Kurdista?n iraqui?.
¿DESAPARECIDOS PARA SIEMPRE?
Tan pronto como entras a la ciudad, la magnitud de la cata?strofe salta a tus ojos. A pesar de estar lejos del frente, la guerra aqui? esta? por todos lados: bajo el inu?til refugio que ofrece un puente, una madre se encuentra ban?ando a su hijo entre dos filas de tiendas de campan?a; en medio del polvo de las construcciones de edificios de concreto, los tendederos se cruzan y salen entre los escombros; en medio del calor avasallante de las escuelas sobrepobladas, los pequen?os toman la siesta en los salo- nes que ya no albergan estudiantes… Son pequen?os retratos de la vida cotidiana de familias que no tienen nada.
?Estamos tratando de construir un campo de refugiados antes de que llegue el invierno, pero apenas alcanza para 450 tiendas de campan?a. Eso es so?lo un grano de arena?, lamenta Jalal Darweeh, una voluntaria de Sharya, un lugar cerca de Dohouk que ha tenido que absorber a 27 mil refugiados, aunque su poblacio?n total tenga la mitad de habitantes. En su computadora, repasa una larga lista a la que le an?ade nombres todos los di?as, datos de ma?s de 600 mujeres y nin?os que no pudieron escapar a tiempo cuando los camiones de Daech llegaron de sorpresa a la mitad de la noche. Separados de sus esposas, hermanas o hijas, los refugiados, consumidos por el terror, entran uno a uno en la improvisada oficina de Jalal Darweeh. Sus testimonios vuelven a la vida de manera abrupta a todos aquellos nombres que aparecen en la pantalla, convirtie?ndolos en familias despedazadas. Abu Majed, un digno caballero, se estremece entre silentes sollozos sosteniendo en su mano temblorosa cinco fotografi?as. Retratos sonrientes de su esposa y cuatro hijos, perdidos durante el ataque a Sinjar. Despue?s de un largo silencio entre el cual se ahogaba entre sus propias la?grimas, finalmente puede formular un planteamiento: ?Mi hija Ma?s chica teni?a so?lo 10 an?os. ¿cua?l fue su pecado??
Para los combatientes de Daech la respuesta es simple: es una yezidi,miembro de esta minori?a kurda que practica una sincre?tica religio?n preisla?mica, la cual es acusada de promover la adoracio?n al demonio. Esta minori?a ha sido objeto de ataques sin precedentes por parte de los yijadistas, quienes utilizan a las mujeres que caen en sus manos como esclavas sexuales.
Lo que al principio de su ofensiva pareci?a ser un extran?o rumor, ahora ha sido descrito como una pra?ctica aceptada, implementada a gran escala: ma?s de 4 mil mujeres han sido vendidas y forzadas a desposar a las tropas del Estado Isla?mico, segu?n estimaciones de asociaciones locales y autoridades kurdas.
TESTIMONIOS DE VIDA
Vian Dakhil, la u?nica diputada yezidi en el parlamento iraqui?, fue la primera en pelear y asegurarse de que lo que le paso? a Gul, y a muchas otras como ella, no quedara ahogado en la ola de atrocidades perpetradas por los islamistas. Ella esta? en contacto con varias cautivas quienes se las han arreglado para quedarse con sus tele?fonos mo?viles.
?Esta?n amontonadas por docenas dentro de grandes casas en Mosul. Les dicen ?¡tu?, tu? y tu?, ve a ban?arte y ca?mbiate! Hoy, te apareara?s con los luchadores por la yijad sexual??. Cada llamada que Vian Dakhil recibe an?ade una porcio?n de miseria. Sesiones pu?blicas de violacio?n en grupo, para romper con cualquier sen?al de resistencia. Nin?as de 12 an?os enviadas en grupo a Siria para entretener a los mercenarios de Allah.
En las redes sociales, las brigadas francesas del Daech intercambian bromas sobre la situacio?n de estas nin?as ad nauseam. Vian Dakhil confirma que, segu?n sus informantes, tres mujeres han cometido suicido estrangula?ndose con sus pan?uelos.
?Son esos hombres los que deberi?an ser exterminados. Me gustari?a cortarles la garganta con mis propias manos?, comenta enfurecida Ranguin. El odio que los islamistas profesan contra estas mujeres se ha convertido en un motor que alimenta su resistencia. Daech aterroriza a las mujeres, y ellas planean pagarles con la misma moneda.