Ellas han renunciado a su sexualidad, a la vida de familia y a la vanidad para acercarse al nirvana. En Myanmar, alrededor de 50 mil mujeres budistas viven en conventos, lugares de adoracio?n, pero tambie?n de refugio para viudas, mujeres en dificultad y hue?rfanos.
En Myanmar, convertirse en monja es un privilegio. Los conventos toman el lugar de las fallidas escuelas pu?blicas y comu?nmente representan la u?nica opcio?n para acceder a la educacio?n para gente ma?s pobre».
En Myanmar, convertirse en monja es un privilegio. Los conventos toman el lugar de las fallidas escuelas pu?blicas y comu?nmente representan la u?nica opcio?n para acceder a la educacio?n para la gente ma?s pobre. En este pai?s de tradiciones arraigadas, donde 90 por ciento de la poblacio?n es budista, existen 50 mil monjas, segu?n cifras oficiales, quienes han tomado el camino de la ?renunciacio?n?, con una alta concentracio?n en ciudades como Yangon, Mandalay y Sagaing. Los monjes son siete veces ma?s numerosos porque, segu?n la costumbre todos los nin?os, sin excepcio?n, pasan por el monasterio a la edad de diez, para conocer, antes de que decidan regresar, si asi? lo desean, a los 20 an?os. Para las nin?as no es tan obligatorio, aunque mucha gente lo hace. En realidad, para los budistas de Birmania, enviar a sus hijos a un convento es una manera de criarlos y garantizar su bienestar. ?De alguna manera es devolver karma?, explica la especialista Ann Heirman, profesor de la Universidad de Ghent. ?Los padres que logran realizar este acto se aseguran un me?rito espiritual, el cual les permite mejorar su karma, y renacer en una mejor vida para progresivamente alcanzar el nirvana?.
?¿Eres feliz?? Daw Kuma Yee se voltea hacia mi?, con su radiante rostro. En la cocina del convento Sakyadhita la figura que porta el vestido rosa pa?lido ha interrumpido toda actividad, y ha puesto toda su atencio?n en las palabras. Cabe mencionar que para ella, como para todas las monjas, esta pregunta que se repite una y otra vez es todo menos tranquilizante. Al entrar a la vida mona?stica a una edad joven, ella renuncio? a todas las posesiones para acercarse al nirvana.
?Llore? la primera vez que me rasuraron la cabeza?, recuerda. ?Mi pelo era largo: teni?a 15 an?os y extran?aba a mi familia. Pero hoy soy feliz. Fuera de aqui?, sin lugar a dudas, seri?a pobre?.
A 20 kilo?metros de aqui?, en la capital real de Mandalay, las mujeres en el convento Thagar Gu parecen tener la misma opinio?n de Kuma Yee. Sentada en un cuarto adjunto a la sala de oracio?n, Daw Thiri Mar y Daw Theinkha Waddy esta?n tomando te?.
?El deseo no permanece, de la misma manera que un esposo?, mencionan. ?¡Y luego tener hijos es agotador!? interrumpe Theinka Waddy sin sonrei?r. ?Tienes que darles de comer, llevarlos a la escuela, es un trabajo que no para. Estamos mucho mejor aqui??. A diferencia de Sakyadhita, Taghar Gu no tiene escuela. Bajo la autoridad de un monje, 30 mujeres pasan sus di?as meditando. Un dato curioso: la mitad de ellas tiene hijos, muchos de ellos ya adultos. Las visitas son limitadas, asi? que la mayori?a de ellas so?lo los ven una vez al an?o. Para estas mujeres, pertenecer a la comunidad mona?stica representa a menudo un sustento despue?s de an?os de miseria. ?Hemos sufrido?, recalca Daw Thiri Mar, sin mostrar emocio?n alguna en su hermosa cara arrugada. Sin compartir con nadie antes esta historia, la septuagenaria termino? abrie?ndose con nosotros. Abandonada por su marido, de repente se encontro? indefensa.
"Mi hija teni?a 20 an?os, casada y con cinco hijos. Y yo, de un di?a a otro, me encontraba sola y sin dinero. Como mujer, ganarme la vida se convirtio? en algo muy difi?cil asi? que me vine a refugiar aqui? para aliviar mi sufrimiento. Cuando le dije adio?s a mi hija y a mis nietos, todos lloraban, le dije a mi hija ?en la vida nada es permanente. Todos nos vamos a ir, ¡no llores!? Eso fue hace 20 an?os. A veces la extran?o?.
A pesar de un reciente intere?s a finales de la de?cada de los 70, so?lo un pun?ado de antropo?logos ha explorado a fondo la vida de las monjas budistas. Hiroko Kawanami es una de ellas. En su trabajo ?Renunciacio?n y empoderamiento de las monjas budistas en Myanmar?, esta investigadora de la Universidad de Lancaster hace una distincio?n entre los ngebyu, vi?rgenes que se han unido a la orden antes de la pubertad, y las tawdet, mujeres que alguna vez se casaron y despue?s se convirtieron en monjas. Anteriormente ocuparon posiciones de responsabilidad, estudiaban los textos religiosos y el lenguaje sagrado antes de la edad de treinta y se converti?an en respetadas maestras. Era so?lo hacia el final de sus vidas que se dedicaban por completo a la meditacio?n: una manera de prepararse para la muerte en silencio y contemplacio?n. Las tawdet, ya demasiado grandes para comenzar con sus estudios, se dedicaban directamente a la meditacio?n. Estar hasta el fondo de la jerarqui?a les trai?a muchos estigmas y estereotipos: ?vieja?, ?excluida?, incluso ?trastornada?. ?En realidad, en tiempos de Buddha, muchas de ellas habi?an sufrido de ostracismo, viudez o abandono. Convertirse en monjas era, para ellas, una pra?ctica que significaba escapar del abuso y la violencia?, enfatiza Hiroko Kawanami.
A pesar de los estrictos horarios, y la disciplina severa que incluye actividades como levantarse a las cuatro de la man?ana, ban?os fri?os, celibato, oracio?n, estudios religiosos y meditacio?n, costumbres casi iguales a los monjes, las mujeres no tienen derecho a la liberacio?n.
?De acuerdo al co?digo Pali, primero tienen que renacer como hombres para esperar conseguir el nirvana?, explica la investigadora Ann Heirman. ?Por supuesto que estas son so?lo interpretaciones; despue?s de todo, los textos sagrados fueron escritos por monjes, ¡no por monjas!? ¿Chovinismo religioso? En los conventos visitados, a las mujeres cuestionadas no les da risa: ?¡No estoy rezando para reencarnar en un hombre! ¿Para que???, ?somos iguales?, ?so?lo deseo convertirme en una buena persona que pueda distinguir el bien del mal?. Estas son respuestas que, por supuesto, van en contra de las creencias convencionales. ?Sin prisa alguna, estas mujeres simplemente desean completar un paso ma?s dentro del largo camino hacia el nirvana. Lo ma?s importante es no renacer en existencias inferiores o pesadillas inaguantables. ?De acuerdo al budismo, so?lo cosechas lo que siembras?, especifica el gui?a Jonathan. ?No importa si reencarnas en hombre o mujer, mientras no sea en una rata, pollo o un sapo, ¡el terror de los birmanos!?.
El quinto Buddha sera? humano. Esperado por los birmanos, este bodhisattva, quien marcara? el inicio de un nuevo mundo, no puede estar encarnado en una mujer. A pesar de todo, aunque las mujeres no puedan aspirar a este ti?tulo, estas poderosas monjas realizan un trabajo heroico y digno de reconocimiento. Desde la creacio?n de la primera escuela para monjas hace 150 an?os, ellas luchan por desarrollar la educacio?n para las nin?as y compensar un poco las diferencias sociales.
En Mingun, un pequen?o pueblo mercante de la regio?n de Sagaing, han establecido uno de los ma?s importantes asilos para ancianos en el pai?s. El fundador, Daw U Zun ha abierto cuatro ma?s que reciben a los inva?lidos y sus familias. En Mandalay, han creado uno de los ma?s grandes orfanatos de la zona, donde 86 nin?as toman de la mano a los donantes para obtener un poco de atencio?n y afecto. En las colinas que bordean el ri?o Irrawady, estas pequen?as nin?as han encontrado, bajo el cobijo de las mujeres de rosa, un ambiente seguro donde crecer, estudiar y desarrollarse.