Mientras Elizabeth Holmes se mercadeaba como sesuda gurú de tecnología sanitaria, la ahora reconocida estafadora estilizaba la historia de una eminencia tan estéticamente torpe que no sabía ni cómo abrocharse la chaqueta.
Por Ignacio Alen
Para cualquier amante de la moda y el estilo, en el nuevo documental The Inventor: Out For Blood In Silicon Valley de HBO es notable que la ex CEO del extinto laboratorio Theranos, Elizabeth Holmes, desafiaba con empeño las reglas del “buen vestir” al cerrar su chaqueta de dos botones en el ojal inferior, rompiendo con el código que establece que para determinar la cintura es el botón superior el que debe cerrarse y el de abajo se deja suelto para favorecer la movilidad.
Considerando que una chaqueta de sastrería está profusamente estructurada por entretelas, forros y bolsillos, precisamente para dibujar una silueta muy definida, este abotonado incorrecto, sobre todo en la silueta de una mujer, ocasiona que la cintura se descoloque y se deforme el busto. ¿Quién se vestiría de una manera tan metódicamente desfavorecedora?
Dirán que a una tan mujer sesuda como Holmes no le interesarían las banalidades de la moda, pero lo cierto es que su icónico cuello tortuga negro fue meticulosamente copiado de los Issey Miyake que usaba Steve Jobs, cuyos alcances en Apple en materia tecnológica Holmes intentaba calcar en la industria sanitaria. Estaba claramente determinada a componer su imagen.
Los bolsillos laterales de su chaqueta mal abotonada eran una especie de sombrero de mago. Dentro de uno sostenía los nano tubos que desenfundaba con jactancia de avance científico, aunque luego fueron desmentidos como imposibilidad física. En el otro ocultaba una mano tan vacía como las explicaciones que daba cuando la prensa le pedía detalles de sus cacareados logros. En el resto de la prenda acorazaba su impostura. Su estilo era una elección intencionada, consistente y tan forzada como el profundo tono de voz que se ha descubierto como una estrategia para manipular la percepción que se tenía de ella.
Se entiende entonces que Elizabeth Holmes no desdeñó la moda, sino que estilizó con cuidado el cuento de un genio que se encandilaba con la mirada pública mientras, muy al estilo del maquillaje “natural” que irónicamente se logra luego de varias capas, atenuaba su rubio frizz y se calzaba una armadura con “aparatosa” obligación. Marketing puro.
Y es que en el fondo, el mundillo de Silicon Valley y el de la moda tienen en común, además de sus prácticas despiadadas, el motto “fake it till you make it” que ha beneficiado a unos cuantos, especialmente en la era de los “influencers”, aunque las excepciones son notables. Reciente es el caso de Anna Sorokin, que bajo el seudónimo de Anna Delvey le hizo creer a la alta sociedad neoyorkina que era una heredera rusa destinada a convertirse en mecenas de la industria cultural, para terminar descubriéndose como una entrenada estafadora que ya inspira una serie de televisión.