Una historia diga de contar…
Después de casarse, tener cuatro hijos, cinco nietos, separarse y pasar por muchos percances en la vida, Dione Maria Matta da Silveira, hoy con 65 años, enfrentó un proceso judicial y logró volver a la universidad. Hace un mes, terminó la carrera de medicina.
«Desde pequeña soñaba con ser doctora. Mi padre era mi mayor incentivo. Dice: ‘Mi hija va a ser una gran médica’. Era un sueño nuestro, un sueño de infancia que llevé conmigo por toda la vida. Como yo era la hija mayor de seis hermanos, fui la primera en estudiar. Hice prueba en una universidad pública (UEPA-Universidad Estatal de Pará). Era muy difícil, pero pasé de primera, era el orgullo de mi familia.
Hasta que en 1977 conocí a mi ex marido en una discoteca. Ya había tenido novio antes, pero fue sin duda mi primer amor. Así que empezamos a salir, quedé embarazada de mi primer hijo, Emmanuel, y abandoné la universidad. Un año después, ya estaba embarazada de mi segunda hija, Érica, y decidimos casarnos. Cuando subí al altar, tenía 22 años y dos hijos: uno en el regazo y otro en la barriga. En esa época, vivíamos en Belén y mi marido, que era comerciante, fue trasladado a Manaus. Entonces, lo dejé todo y fui con él. Y seguí quedando embarazada … Vinieron dos más: Diana y Antonio. Nada fue planeado, fue sucediendo. Con 27 años, ya tenía cuatro hijos.
Hasta intenté volver a estudiar durante mi matrimonio, pero con las gestaciones sucesivas y los cuatro hijos la facultad se hizo inviable. Incluso sin trabajar, tenía cuatro niños para cuidar … No sobraba tiempo para nada.
Después de un cierto tiempo, las cosas se han volvieron más difíciles. Como siempre me gustó cocinar, pasé a hacer bocadillos para vender en la calle y por encargo.
Después de 22 años de casada, a los 42, me separé. ¡Para mí, fue una liberación! Yo suelo decir, que, si un día me casé, no recuerdo. Fueron muchas traiciones y humillaciones. Con el paso de los años, él me encontraba gorda y desinteresada. Él llevaba su vida prácticamente como si no existiera.
Nunca había trabajado fuera y, con la separación, pasé a hacer comida como total medio de supervivencia mía y de mis hijos. ¡Y fue un éxito total! En realidad, fue mi salvación para ayudar a alimentar y sostener a mi familia. No había olvidado mi gran sueño, pero pasé a ser el proveedor de todo: de la casa y de los hijos. Mi ex se fue a vivir con otra persona y tuvo dos hijos, así que nunca me dio pensión para los niños. Por suerte, mi madre nos ayudaba en todo.
Después de eso, nunca más me case. Conocí a algunos chicos, pero es difícil que alguien quisiera comprometerse con una madre de cuatro. Yo preferí quedarme sola, dedicándome totalmente a mis hijos, a mi trabajo, sin nunca sacar de mi cabeza mi mayor foco y objetivo en la vida – hacerme médica-.
Así que me separé, con los hijos ya más crecidos, pasé a pensar un poco más en mí y menos en los demás. Yo dejé las cosas paralelas y fui a la lucha, más enfocada que nunca en concluir el curso de medicina. En total, fueron muchas idas y venidas a la universidad. Sólo para recordar el drama: empecé en 1974 y después de dos años me encerré porque quedé embarazada. En 1981, decliné nuevamente cuando fui a vivir a Manaus. Me acuerdo que rehacer mi matrícula llena de esperanza y, a veces, sólo podía cursar una materia, pero allí estaba siempre tratando de reanudar mis estudios.
Mis cuatro hijos me animaban mucho a seguir adelante y volver a estudiar. Principalmente el chico, Antonio, que siempre ha visto demasiado por mí.
No fue fácil para mí poder retomar mi carrera. He tenido que entrar con un proceso para garantizar el derecho a asistir a la universidad. Como había abandonado el curso durante más de dos años y medio, la universidad quería impedirme volver a estudiar. Pero no me intimidé. He entrado en la justicia y he ganado en todas las instancias.
Ya en la vuelta a las clases sufrí muchas dificultades de adaptación y aceptación. El alumno más viejo sufre mucha humillación y discriminación, pues los jóvenes forman grupos para todo. Nunca querían formar grupos de estudio conmigo… Me quedaba siempre fuera, me sentía totalmente excluida. Estudié en los dos turnos de la universidad, pero todavía estaba en el hospital, como practicante, siempre acompañada de otros médicos. Me quedaba más en la pediatría del HPSM-MP, el hospital más grande de Belém. Aprendí mucho, pero me quedaba exhausta. Me quedaba más sola, pero con una sed enorme en aprender. Había sido tan duro llegar hasta allí, que yo no desistiría por nada. La madurez me enseñó a seguir adelante y de cabeza erguida.
La universidad en que estudié, así como todo el curso de medicina, siempre fue muy elitizado. Algunas personas hasta eran un poco más receptivas conmigo, pero la gran mayoría me miraba como si yo fuera de otro planeta. Me acuerdo que cuando yo iba al aula, muchos me venían y preguntaban si yo era la maestra de la clase. Con toda la educación del mundo, explicaba que era alumna como todos allí. Mis colegas tenían entre 18 a 25 años y yo ya tenía 60. Teníamos diferencias en todos los aspectos.
Finalmente, a finales del año pasado, ya con 65 años, me gradué en medicina. La sensación fue la mejor posible. ¡Una mezcla de emociones! Pensaba: nadie más me humillará … ¡Puedo todo! Me sentí fuerte, poderosa, imbatible. Yo me reinventé. De ama de casa reprimida y llena de hijos, me había vuelto médica. Tenía, al fin, la profesión de mis sueños más remotos.
Mi graduación fue maravillosa. Creo que hacía tiempo que no sonreía tanto … Basta ver mis fotos. Sólo sonrisas, de esquina a esquina de la boca. ¡Creo que desde el nacimiento de mis hijos no me sentía tan feliz, plena y realizada! No quise participar de la fiesta con los otros alumnos por pura falta de dinero. Pero ver a toda mi familia, mi padre ya viejo, mis hermanos, mis cuatro hijos y mis cinco nietos, todos allí reunidos para verme haciendo el juramento a la profesión y tomar mi diploma, no tiene precio. Hasta mi ex marido apareció para aplaudir mi éxito. Cuando lo vi, di un guiño de ojo discreto para él y le dijo: ‘¿Viste? ¡Sí pude!
¡Estaba en éxtasis! Sólo pensaba: nadie me detiene, puedo llegar a donde quiera. ¡Vestir esa túnica y sostener ese diploma después de 44 largos años de espera fue indescriptible! Se lo dediqué a mis hijos y a mi padre, que nunca me dejó desistir y, incluso años después, siempre me recordaba que yo todavía sería una gran médica.
En cuanto terminé el curso, ya empecé a trabajar como médico en el programa ‘Más Médicos’, del Gobierno Federal.
¡Yo suelo decir que trabajo en el paraíso! La isla de Marajó es muy linda y la población que vive allí es increíble! ¡He sido muy bien recibida por todos, como una reina! La mayoría de mis pacientes son carentes. Son funcionarios de las granjas alrededor y la población ribereña. Tengo una buena relación médico-paciente con todos. Soy valorada como nunca fui en la vida. Allí, tratamos de todo: diabéticos, hipertensos, gestaciones, etc. También hay ancianos, niños, todo tipo de gente. Siento que tienen mucha confianza en mí y en mi trabajo. Soy muy segura en lo que hago. Por supuesto que todavía estudio todos los días, procuro siempre actualizarme, leo mucho y me siento capaz.
Quiero hacer mi especialización en pediatría. ¡Amo a los niños! Aprendí que no existen barreras.
Siempre que encuentro a una mujer perdida aconsejo que vuelva a estudiar, por más difícil que parezca. No hay otro camino. El estudio es la única herencia que nadie puede quitarnos.
Dificultades siempre habrá, entonces tenemos que saber digerirlas con sabiduría. ¡Sólo pierde o gana quien arriesga, quién lucha!
El que se queda parado nunca va a conocer el gusto de la victoria. Y yo fui allá, me reinventé, luché con dificultad, ¡pero gané! ¡Hoy me siento plena y realizada como mujer y profesional! «.
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Con información de Marie Claire Brasil.