Después de pasar varios días enferma y un poco aislada, la sola idea de socializar con amigos y nuevas personas me resultaba como el auténtico respiro de aire fresco.
Kate estaba en el bar con su novio y junto a ellos se encontraba él, un amigo de ella que apenas llevaba unas horas en México por vez primera. Por fin, una salida con alguien que no tiene idea de qué hago, no me ha visto en calzones por redes sociales y no va a pedirme que promocione su marca en Instagram.
Me senté con ellos, platicamos un rato y luego caminamos hacia otro sitio con buena música para bailar. Él era lindo, nuestras conversaciones habían fluido bien y yo me sentía extrañamente yo. Francamente, hasta este punto ya me había olvidado un poco de quién era y de lo mucho que disfrutaba la interacción humana.
¿Conoces la cumbia? No, ¿qué es? Es un género musical que antes me disgustaba mucho y ahora me encanta bailar; no sé cómo explicártelo, pero cuando la pongan, te digo. Perfecto. Entonces, cumbia. Bailé y bailamos. Sudamos, reímos, tomamos agua, luego las manos.
Al volver a casa sentí que todo se había expandido y que algo había terminado y comenzado.
Acostada sobre mi cama sentí las mejillas cansadas de tanto reír y curiosamente también observé que esa respuesta tenía poco que ver con la persona que acababa de conocer y mucho con lo que acababa de revivir en mí. La vida sigue ocurriendo, latiendo y ofreciendo.
Creo en la necesidad de pausas y tiempo para curarnos, pero también sé de la aparente comodidad en la que nos pueden hacer caer si se prolongan de más. Estos descansos comenzaban a hundirme en miedo y pasividad, al punto de que mi concepto de ‘curación’ se inclinaba más hacia el aislamiento y la desconfianza de conocer otra gente y experiencias. Y mi corazón necesitaba nuevas personas y experiencias.
Descubrir es la palabra. Quitar la tierra, barrer el polvo, levantar las sábanas. Descubrirme bailando cuando alguien más buscaba un nuevo ritmo. Descubrirnos hablando cuando ambos buscábamos silencio. Descubrir que las heridas necesitan ventilarse. Descubrí que los recordatorios de lo que verdaderamente importa, suelen llegar de modos inesperados.
He evitado manejar en meses, así que mamá me había llevado a ese bar y, al bajar, le dije que no tenía tantas ganas de salir porque estaba experimentando un poco de ‘ansiedad social’, mezclada con algo que parecía alivio; me ignoró y sólo me pidió que le avisara al llegar a mi casa.
A él lo había llevado su mamá al aeropuerto y durante el camino le dijo que no sabía si quería venir a México porque aún le dolía su última ruptura y se sentía emocionalmente indispuesto; ella le hizo ver que estaba a punto de conocer un país por vez primera y le sugirió que simplemente disfrutara de la experiencia.
En verdad me alegra que nuestras madres nos hayan empujado por esas puertas hacia el otro lado del miedo. Mientras escribo esto, él sigue por la ciudad encontrándose y yo sigo viviendo. No es lo que hallamos en otras personas, sino lo que encontramos en nosotros a través de ellas.
Por mi parte, me encontré con que no me había ido a ninguna parte y que no había perdido nada; recordé lo mucho que me gusta y necesito salir y que cualquier acto de ‘valor’, por insignificante que aparente ser, tiene el potencial de cambiar todo tu rumbo. Bájate del coche y baila por un rato.
POR ZAZIL ABRAHAM