Todas lo hemos vivido y resentido el estrés, la dispersión, la angustia, el enojo… toda una serie de sentimientos denominados como “negativos” que afectan nuestro día a día y, en ciertas ocasiones, hasta nuestra existencia entera.
«Mandala» significa centro y círculo, y en las tradiciones indias y tibetanas los mandalas son diagramas que representan todo el universo, así como la relación del ser humano con el cosmos. Utilizados inicialmente como un elemento de meditación (mandala tradicional pintado), pueden contribuir al bienestar psíquico de diversas formas, dependiendo de cómo se utilicen.
Si te suena medio mística la cosa, tiene un fundamento psicológico real. Según la terapeuta psico-corporal Laurence Luyé-Tanet, fue Carl Gustav Jung quien primero descubrió que las personas que están pasando fases difíciles tienden a hacer dibujos con apariencia de rosas, o sea, diseños estructurados alrededor de un centro, lo que, en términos psicológicos, hace del mandala una representación de la totalidad de la persona.
Para elegir el mandala correcto hay dos opciones: o escogemos uno que nos resulte atractivo o buscamos uno que nos ayude a trabajar en específico un tema, esto cuando sabemos lo que realmente necesitamos ajustar o profundizar.
Un mandala en blanco ayuda a asociar formas y colores que generarán sensaciones y energías muy diferentes. Además, el coloreado ayuda a enfocarse y relajarse, liberando la mente de pensamientos estorbosos, lo que a su vez permite la toma de conciencia del estado presente o de una situación determinada así como conectar con nuestra estructura profunda y nuestro potencial.
De todo el mandala, la parte más importante es el centro, de donde todo surge, el cual habla de equilibrio y armonía. Éste nos lleva automáticamente a un estado de unidad; por tanto, si trabajamos hacia el centro, trabajaremos a favor de un reenfoque, mientras que si coloreamos en la periferia, trabajamos más bien en nuestra apertura.
¿Cualquier tipo de coloreado sirve como un mandala tradicional? La respuesta es no, ya que éste tiene una estructura, con una organización hacia el centro, y coherencia, cosa que un coloreado no tiene necesariamente. El equilibrio que proporciona proviene de la organización alrededor de su centro. Sin Embargo, el hecho de colorear, así como cualquier otra actividad de esta índole, contribuye a la concentración, al recentramiento en el momento presente, al desarrollo de la creatividad, a la relajación y, por ende, a combatir el estrés. No obstante, el coloreado común no conlleva un trabajo interno profundo a nivel psíquico, como el mandala.