Un mensaje sobre los prejuicios de género, estereotipos en hombres y sus emociones, así como la masculinidad en la violencia.
La Asociación Americana de Psicología (APA), una de las organizaciones más importantes a nivel mundial en el campo de la salud mental, publicó, el año pasado, una guía para ayudarle a las y los psicólogos a trabajar específicamente con niños y hombres.
El documento, básicamente, sugiere tomarse en serio las consecuencias que tienen los mandatos tradicionales de género en la salud mental de los hombres y en las relaciones que establecen.
La guía, que puede consultarse en línea, hace referencia a cientos de estudios que se han publicado en años recientes que se han preocupado por evaluar el impacto que tiene en los hombres la visión tradicional de la masculinidad, aquella “marcada por el estoicismo, la competitividad, la dominación y la agresión”.
¿Qué se encontró en estas investigaciones? Por ejemplo: diversos estudios hallaron que niños que fueron socializados para ser “independientes, fuertes y para manejar, solos, sus problemas”, resultan en hombres que están menos dispuestos a buscar ayuda psicológica.
Esto quizá no parezca malo en sí, hasta que se contrasta con otros datos, como el hecho de que los hombres, a nivel mundial, son la mayoría de quienes mueren por suicidio (esto también es cierto en México).
Según otros estudios citados en el documento, los hombres que se adhieren a normas “sexistas” y “patriarcales”, tienden a avalar y a cometer más actos de violencia íntima y sexual en contra de las mujeres.
También es más probable que agredan a quienes violan esas “normas” (tanto hombres, como mujeres). Si a esto se suma el hecho de que los hombres son la mayoría de quienes cometen delitos y de quienes están en prisión (esto también es cierto en México), resulta fundamental considerar el papel que juega (esta noción de) la masculinidad en la violencia.
La APA, es importante mencionarlo, parte de una premisa básica: lo que significa, socialmente, ser “hombre” y ser “mujer” no está dado por la naturaleza. En diferentes épocas y sociedades, lo que se considera deseable para “los hombres” y para “las mujeres” cambia.
Quizá tratándose de las mujeres esto no sorprende: tenemos ya interiorizado que antes, por ejemplo, era indeseable que las mujeres votaran, mientras que ahora el sufragio es un derecho básico e innegable.
En algún momento, vestir con pantalones era considerado lo opuesto a la feminidad, mientras que ahora ya es una parte básica del armario de la mayoría de las mujeres. Lo mismo, básicamente, pasa con los hombres.
Enseñarles que está mal expresar sus emociones, que su valor está en el dinero que ganan, que se definen por cuántas mujeres pueden “conquistar”, que el punto es “competir” y no “cooperar”, etc., son decisiones, no mandatos dictados por la naturaleza. Otro punto en el que es muy enfática la APA es cómo los mandatos de género se intersectan con otros factores, como son la clase social, la raza, el origen étnico, la orientación sexual y la identidad de género de los hombres.
No es lo mismo un hombre blanco, heterosexual y rico, que uno indígena o uno gay de la ciudad. Ahora: ¿por qué es todo esto relevante para la psicología? La APA considera que las y los terapeutas se beneficiarían de conocer la guía por cómo puede modificar la manera como trabajan con niños y hombres.
Para empezar, la APA señala que hay hombres que reportan que, cuando sí van a terapia, se enfrentan a prejuicios de género.
Indica que es raro, por ejemplo, que los hombres sean diagnosticados con depresión, mientras que es muy probable que están siendo sobrediagnosticados con desórdenes como el de déficit de atención. Sugiere que esto se debe a cómo estos desórdenes se conforman o no con los estereotipos que existen sobre los hombres y sus emociones.
¿Cómo pueden recibir la ayuda que necesitan si los mismos terapeutas los están juzgando desde los estereotipos? Además de invitar a las y los terapeutas a estar conscientes de sus propios sesgos, las guías ofrecen una serie de métodos y enfoques particulares para utilizar en los consultorios, con el propósito de mejorar la atención que reciben los niños y los hombres.
¿Para qué? Para que mejoren todo: su manejo emocional, sus relaciones amorosas, sus amistades, sus vínculos con sus propios padres e hijos, incluso sus relaciones en el trabajo. Lo increíble, sin embargo, es que la guía no se queda en el trabajo terapéutico.
Le sugiere a las y los terapeutas ir más allá para también luchar por remediar los factores estructurales e institucionales que pueden afectar la salud de los niños y hombres. Por ejemplo, pueden promover la realización de estudios especializados, para entender de mejor manera el impacto del género (y otros factores) en la salud.
Pueden luchar por que todas las personas accedan a servicios de salud –incluida la mental– de calidad. Pueden hacer su parte, en otras palabras, para que el mundo cambie, desde su trinchera. Esta guía, es necesario decirlo, no es la única que tiene esta Asociación.
En años recientes ha publicado otras relacionadas con el trabajo con niñas y mujeres, personas LGBT, aquellas con discapacidad y adultos mayores.
El mensaje, entre todas, es claro: tenemos que actualizar todas nuestras prácticas –incluidas las terapéuticas– para que en todos los espacios hagamos de la igualdad y la libertad una realidad.
Por: Estefanía Vale Barba
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