Soltera, casada o divorciada. Niña, púber o casi cuarentona, siempre he tenido
debilidad por los hombres. Es la pura verdad. He sido fiel todos los días de mi
vida, no me considero una descocada, pero me enamoro fácilmente. Y, aunque
creo que no soy tonta ni tampoco ingenua, a pesar de todo sigo creyendo en el
?vivieron felices por siempre?. ¿De plano estoy tan mal?
No me acuerdo de mí mis- ma no estando enamora- da. Ya sé, da un poco de pena ajena. Pero es cierto. Desde la primaria me sentaba en el recreo, justo a la salida de los de secundaria, para ver a Alejandro, que me recordaba a Bruce Springsteen. A esa edad sabía perfectamente quién era The Boss porque cuando mi hermano estaba con sus amigos en su cuarto los espiaba y escuchaba todo lo que decían de él, mien- tras posaban frente al espejo intentando imitar los acordes de ?Born in the USA?. Después vino la secundaria, y a esos púberes, que un día imitaron a Springs- teen, les empezó a salir pelo en las piernas y embarnecieron. Y fue el acabose. Me declaré prendada de 12 de los 16 amigos de mi hermano. Y lo intenté todo por llamar su atención: fingía accidentes en el colegio para tener que acudir a su entrenamiento de soccer, actuaba poses de ?Necesito ayuda? cuando llegaba a mi casa con sus amigos, mientras yo hacía la tarea (un día Andrés le puso el silicón a mi barco de vapor para la clase de Física y, cuando lo conté en mi clase, mis compañeras me rindieron tributo por meses), dejaba pul- seras y cuadernos en su cuarto para poder entrar cuando estaban organizando su plan de viernes. Lo intenté todo y suspiré años como nadie ha suspirado jamás. Sabía que jamás me invitarían a salir y me reconocía indiscreta, pero eso era lo de menos.
En la universidad la cosa no cambió. La diferencia fue que empecé a encontrar reacciones del sexo opuesto y la lista de novietes empezó a tener doble dígito. Mis papás ya no distinguían quién era quién y optaban por decirle ?Antonio? a todo man- cebo que trajera rosas, ?estudiara? en mi cuarto o llamara por teléfono.
Siempre enamorada. Siempre. Y de cier- to modo it was kind of cute o al menos le daba un matiz único e inconfundible a mi personalidad. Hay niñas que se hacen famosas por fáciles, yo lo era por enamo- radiza y romántica, lo cual me divertía (mientras mantenía mi reputación inta- chable porque me movía entre lo platónico y el drama más teatral).
De pronto estás cerca de los 40 y te das cuenta de que hay ciertas cosas que ya no puedes hacer: tatuarte, bailar las coreogra- fías de Flans y Timbiriche con tus amigos gays en el centro de la pista de las bodas, usar faldas muy cortas y zapatos baratos o aceptar que estás enamorada del amor.
Sé quE nO ESTOy DISpuESTA A pAGAR EL pRECIO DE SER LA ES- pOSA DE un HOmbRE pROVEEDOR (pORquE pREFIERO ESTAR En unA junTA DE TRAbAjO quE En LA COCInA). Sé quE nO quIERO COmpARTIR EL CLóSET nI EL bAñO COn nADIE.